EL TINTO
MAÑANERO
Por: Luis Enrique Zúñiga
—¿Un Tintico, profe? —me dice Blanquita, mientras una sonrisa amplia deja ver sus relucientes dientes.
Son las 7:33 de la mañana bogotana. Acabo de dejar mi auto en el parqueadero, he pasado por el control de ingreso al edificio del extinto Departamento Administrativo de Seguridad – DAS, en Paloquemao y ahora, en un salón del tercer piso, preparo el computador, el proyector y los materiales para la sesión de trabajo con profesionales de la Fiscalía. Nos ocuparemos en la descripción de resultados laborales verificables.
El vasito de cartón deja escapar el delicioso aroma de café entre delgadas nubecitas de vapor.
Blanquita se aleja por el largo pasillo y antes de girar en el fondo me mira desde la distancia. Su exclusiva deferencia se ha repetido 5 o 6 veces durante mi estancia que lleva ya dos meses en este edificio, cuyo único calor proviene de la cordialidad y efectividad de los investigadores criminalísticos con quienes trabajo.
En los breves descansos de nuestras sesiones compartimos historias de vida entre las cuales se destacan las de sobrevivencia en ejercicio de su profesión.
Recuerdo, especialmente, que Santiago narró los minutos de angustia que vivió hace 28 años escapando aturdido entre lamentos, gritos y escombros después de la explosión de 500 kilos de dinamita cargados en un bus que fue enfilado hacia la entrada de este edificio. Eran las 7:33 de la mañana del miércoles 6 de diciembre de 1989.
Los narcotraficantes de cocaína asesinaron ese día a 63 colombianos, dejaron heridas a más de 600 personas, destruyeron muchos comercios vecinos —fuentes de empleo y sustento—, devastaron el edificio que quedó tambaleante junto a un cráter de 13 metros de diámetro y 4 de profundidad y angustiaron hasta el extremo a una sociedad indefensa, mientras inflamaban sus sanguinarias mentes con ínfulas de invencibilidad.
Hoy es viernes y acostumbramos bajar en grupo a desayunar un “mixto”: un generoso plato, mitad lechona y mitad tamal, que llegan a vender Bonifacio y señora en su furgoneta-restaurante estacionada de manera provocadora a la entrada del parqueadero vecino.
Bromeamos, comemos y aventuramos propuestas para cambiar la empresa, la nación y el mundo.
—¿Con qué va a bajar el desayunito, profe? —pregunta Sandra, cuando hemos avanzado hasta la mitad del suculento avío. —¿Con cafecito o Coca Cola?
—Con Coca Cola— respondo. —Cafecito ya tomé el que me dio Blanquita a las 7:30.
—¿Cuál Blanquita? —dice Héctor.
—Blanquita… la señora de los tintos del tercer piso. —Respondo vacilante.
—¡No hay ninguna Blanquita de los tintos! —anota Santiago.
—¡Es más, no hay señoras de los tintos en el edificio! —recalca Héctor.
—¡Profe, está pálido! ¿Se siente mal? —corean los investigadores.
—Le tocó cambiar la Coca Cola por algo caliente.
—¿Un tintico, profe?
∞∞∞∞
∞
PRECIOSO RELATO DE LA COTIDIANIDAD CITADINA QUE NOS SORPRENDE CON UN INESPERADO Y SORPRESIVO DESENLACE!!! FELICITACIONES AMIGO LUCHO!!!
ResponderEliminarQué buen cuento, muy bien escrito cómo todos los tuyos. Me encantan los interrogantes, porque te quedas pensando
ResponderEliminarLo anterior lo escribí yo
ResponderEliminarQue buen cuento de lo cotidiano.📚
ResponderEliminar